19 de enero de 2014

Cielo, infierno y poetas


 
“La razón por la que Milton escribió maniatado cuando habló de los ángeles y de Dios , y con libertad cuando lo hizo de los diablos y del infierno es porque fue un verdadero poeta , y partidario del diablo sin darse cuenta de que lo era”.
 
El matrimonio entre el cielo y el infierno. William Blake
 
 
 
"The reason Milton wrote in fetters when he wrote of Angels & God and, at liberty when of Devils & Hell, is cause he was a true Poet, and of the Devils party without knowing it".
 
The marriage of Heaven and Hell. William Blake
 
 

11 de enero de 2014

Author´s Club. Juan Ramón Jiménez


"Creí siempre que en New York pudiera no haber poetas. Lo que no sospechaba es que hubiese tantos poetas malos, ni un tugurio como este, tan seco y polvoriento como nuestro Ateneo madrileño, a pesar de estar en un piso 15, casi a la altura del Parnaso.

Son señores de décima clase que cultivan parecidos físicos a Poe, a Walt Whitman, a Stevenson, a Mark Twain, y se dejan consumir el alma con su cigarro gratuito, hechos uno con él; melenudos que se ríen de Robinson, de Frost, de Masters, de Vachel Linsday, de Amy Lowell, y que no se ríen de Poe, Emily Dickinson y de Whitman porque ya están muertos. Y me muestran paredes y paredes llenas de retratos manchados y de autógrafos en barquillo, de Bryant, de Aldrich, de Lowell, de, de, de...

... He cogido de la fumadora un cigarrillo y, encendiéndolo, lo he echado en un rincón, sobre la alfombra, a ver si el fuego se levanta y deja, en vez de este Club de escoria, un alto hueco fresco y hondo, con estrellas claras, en el cielo limpio de la noche de abril".

Juan Ramón Jiménez, Diario de un poeta recién casado, 1916.

10 de marzo de 2013

Convertirse en tinta






Poema de David González, "Sembrando hogueras", Bartleby Editores, 2001.





tinta

mi otro abuelo
estuvo preso en oviedo.
en la cárcel provincial
después de la guerra.

todas las mañanas
ponían una lista
en la puerta de entrada de la cárcel.
en esa lista estaban escritos
los nombres y los apellidos
de todas las personas
a las que el día anterior
habían puesto contra el paredón
o dado muerte
mediante garrote vil.

imagínate a tu abuela,
me decía mi padre,
sin saber leer ni escribir,
conmigo en brazos,
preguntando a gritos
a las otras mujeres
si tu abuelo
se había convertido

en tinta.


2 de marzo de 2013

Extraños en un tren

"Then suddenly he recognized the sound as that of rain, a gentle, silvery summer rain, and sank back again on his pillow. He began to cry softly. He thought of the rain, rushing at a slant to the earth. [...] The rain would find the new life awaiting it, depending on it. What fell in his court was only its excess. Where is the green vine, Anne . . . He lay with his eyes open until the dawn eased its fingertips onto the sill, like the stranger who had sprung in. Like Bruno. Then he got up and turned on his lights, drew the shades, and went back to his work".

Strangers on a Train (Patricia Highsmith)


"De pronto reconoció el sonido como aquel del tren, una lluvia de verano ligera y argentina, y volvió a hundirse en su almohada. Comenzó a sollozar. Pensó en la lluvia, precipitándose oblícua sobre la tierra. [...] La lluvia encontrará la nueva vida esperando, dependiendo de ella. La que caía en su patio era solo excedente. Dónde están las viñas, Anne... Permaneció con los ojos abiertos hasta que el amanecer acercó la punta de sus dedos al alféizar, como el extranjero que había aparecido de repente. Como Bruno. Entonces se levantó y encendió la luz, apartó las sombras, y volvió al trabajo".

Extraños en un tren (Patricia Highsmith)

27 de febrero de 2013

Pienso, luego insisto

                                            "Pienso, luego insisto", Mario Benedetti

Como no existo igual que antes yo existía,
me obstino reincidente y llueve
sobre el suelo mojado,
intromisión, denuedo,
parabrisas de ida y vuelta,
estúpida intención tan repetida
como el mar, metáfora de mar,
gota malaya y ola.
Como no existo busco líquido permeable,
me hago visible aquí. Regreso.
Regreso malherida
o vuelvo indemne a ver si ahora,
a ver si alguna vez,
a ver si antes
de que termine todo,
de que se marche todo
y abra el fin su boca de hambre
sobrevivo.
E insisto.
Insisto como antes yo existía.

                                                              (Ana Delgado Cortés, 2008)
 

27 de enero de 2013

El cordón umbilical de la tristeza

                                                      


La fábrica y su puerta

Esta primera puerta
pintada está de rojo.

Por honda herida salimos
de las profundidades de una cueva,
de donde el amor, el asco o la costumbre
de dos obreros tristes nos fabrican
en una agotadora jornada de segundos;

salimos con defectos
estamos hechos de trozos
estamos hechos trizas
y estamos hechos
a veces tan deprisa,
que no dio tiempo a rasparnos la rebarba,
a definirnos bien...
a cortarnos del todo
el cordón umbilical de la tristeza.


(Gloria Fuertes, Ni tiro, ni veneno, ni navaja, Torremozas, 2012)

24 de enero de 2013

Feliz San Francisco de Sales

Aunque estéis en paro o inmersos en EREs y ERTEs; aunque trabajéis presionados, infravalorados y mal pagados; aunque viváis comidos por la incertidumbre y zarandeados por la crisis, el modelo de negocio, la línea editorial, la reducción estranguladora de los costes.
 
Ya estéis en un medio, en una agencia, en un gabinete de prensa o en un curro completamente ajeno a aquel que os apasionaba... Felicidades a todos los periodistas en el día de nuestro patrón. 

Hoy también es buen día para recordar el excelente corto de José Ignacio Chaparro y Charlie Nelson Moreno, "El periodista y el camarero".
 

 

Que vengan las palabras

(Foto: Francisco Llop)













Las palabras (pruebas de playback)

Que vengan las palabras.
Que el barro de mis brazos
las acoja (desdecirse, bahía...)
como un amigo cierto. El viento
de este páramo al fin les sea propicio
(por dónde, tú, temor) y aves de sombra
protejan con su nocturna llama
                                                  su estandarte
de nubes.
Interminable fuga de alazanes,
que vengan las palabras,
que acudan a deshora (ayuntamiento, circo...)
de  nuevo rescatadas.
Quiero pensar su abismo,
su fingido remanso, conjurar el alba
su zozobra: no soy
nadie sin ellas. No soy nadie
sin ellas.

(De Antonio Méndez Rubio, Desde antes, Fondeadero de la osa, 2009)

22 de enero de 2013

Estética de la ocurrencia

(Foto de @thespanishfood)
Elena Arzak acaba de presentar en Madrid Fusion, la feria de la innovación gastronómica por excelencia, su "fotoplato". Unas marquitas de chocolate blanco decoran un plato en el que aparecen impresas unas flores.

Mientras tanto, en algún bar o tertulia de Madrid, en el preciso momento en el que escribo, habrá un poeta leyendo un aforismo, un ensayo más o menos hábil de greguería al que llamará poema.

Hacemos de la creatividad bandera pero, honestamente, ¿alguien se ha parado a mirar dónde queda la frontera entre la creación y la ocurrencia?

21 de enero de 2013

Sangre y tinta

Ilustración para piel de DeCraneo para un poema de Navarro Beloqui


Eres sangre, cubil de alimaña; pasan
los días, las semanas y aún más
carmesí, piedra y veneno.
El ojo con insomnio y el pulso
más quieto, más profundo.
Corren las palabras aunque
intenten ocultarlas.
Salen del pecho de tu boca y...
lo que es peor: de tu mano. 



19 de enero de 2013

El poder del perro


"Es en ese preciso momento cuando comprende la naturaleza del mal, que el mal posee un impulso propio, el cual, una vez puesto en marcha, no puede detenerse. Es la ley de la física: un cuerpo en descanso tiende a mantenerse en descanso. Un cuerpo en movimiento tiende a mantenerse en movimiento. Hasta que algo lo detiene.

"Y el plan de Tío es, como de costumbre, brillante. Incluso en su absoluta depravación inspirada por el crack, es muy agudo en la percepción de la naturaleza humana. En eso reside el genio de Tío: sabe que un hombre incapaz de poner un gran mal en movimiento carece de energía para detenerlo una vez en marcha. Que lo más difícil del mundo no es reprimirse y cometer maldades, sino hacerles frente y frenarlas".
Don Winslow, "El poder del perro", 2011, Debolsillo.


2 de enero de 2013

Felicitaciones de Año Nuevo...



Mi tercer novio,
el que más quise, me desea
“todo lo mejor” cada Año Nuevo.
Con qué agargantamiento
yo esperaba no hace tanto su esemese,
como un haiku sin vocales destinado
a volar desde su dedo a mis pupilas.
Con qué aire,
con qué satelital desplome
me pitaba la sorpresa en el bolsillo
Ahora mis palabras,
tan pulgares,
le devuelven prosperidad cívicamente.
Pero omito, cuidadosa,
escribir deseo, teclear su nombre,
decir feliz.
No sea que me acuse en su agudeza
de una intención sutil como agravante
o, aún peor,
de alevosía literal. 
 
(Ana Delgado Cortés, 2007)

25 de enero de 2010

Analogías

Dice Ángel González que "la poesía surge casi siempre de la visión sorprendente de un hecho cotidiano que no tiene relieve ninguno para nosotros y que, de repente, cobra una especie de súbita iluminación que lo hace extraño, que lo hace diferente".

Y yo pienso nuevamente no ya en la poesía como mirada, sino en la propia idea de "visión" en el poema", en el acto de mirar y -en consecuencia- en el poema como imagen. Quizás porque, como decia otro poeta, Philippe Jaccottet, en declaraciones a la revista Minerva (septiembre de 2008) "cuando hablo de algo se ve ese algo".

El poema como imagen. Porque la poesía es mirada y es visión o re-visión. Y porque el pensamiento poético puede prescindir de la deducción y de la inducción, pero nunca de la analogía. Todo en la poesía es un juego de parecidos, de imágenes y de reflejos, y eso es asunto también de la mirada.

De este modo, mientras el filósofo y el científico se preguntan el porqué de las cosas, el poeta se pregunta seriamente a qué se parecen. El primero se remonta, de interrogante en interrogante, hasta la causa última de las cosas; los poetas, por su parte, saltan de parecido en parecido hasta alcanzar, en ocasiones, la revelación. Porque la poesía también es, en ese sentido, una forma de conocimiento, y la metáfora su lenguaje.

Entrevista a Ángel González en: http://www.youtube.com/watch?v=NnK12QmBo9Y&feature=player_embeddedhttp://www.youtube.com/watch?v=NnK12QmBo9Y&feature=player_embedded 

15 de enero de 2010

Chillida poeta. Cuatro lecturas



I.

Acabo de descubrir al Chillida poeta, al artista que se confiesa a medio camino entre el "ya no" y el "todavía no", en ese tránsito perpetuo y ese ir no se sabe bien dónde que es el hecho de crear.

Con el asombro y la desorientación como punto de partida ("¿no será el paso decisivo para un artista el estar casi siempre desorientado?", dice), la mirada poética de Chillida a mí se me presenta como el talento de los que saben ver.

"Desde el espacio
con su hermano el tiempo
bajo la gravedad insistente
con una luz para ver como no veo.
Entre el ya no y el todavía no
fui colocado.
El asombro ante lo que desconozco
fue mi maestro. Escuchando su
inmensidad he tratado
de mirar, no sé si he visto" (Eduardo Chillida).

"No se ve sino lo que se tiene ya dentro del ojo.
Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira" (E. Ch.).


II.

Ocurre a veces que la experiencia es una losa. Como poeta, me debo a mí misma (o eso creo) y me copio. Es un tema que me preocupa. Quizás por eso me llaman la atención las reflexiones de Chillida sobre este asunto. Para él, el asombro y la pregunta tienen más valor para el creador que la experiencia. Lo importante, nuevamente, es la mirada. Y su poder para conjurar el presente.

"No creo demasiado en la experiencia. Pienso que es conservadora. Creo en la percepción, que es otra cosa. Es más arriesgada y más progresista (...). El percibir actúa directamente en el presente, pero con un pie puesto en el futuro. La experiencia, en cambio, hace lo contrario: estás en el presente pero con el pie puesto en el pasado. Es decir, que prefiero la postura de la percepción y la pregunta. Soy un especialista en preguntas". (E. Ch.)

"El deseo de experimentar, de conocer, me hace con frecuencia llevar en mi obra una marcha discontinua, que a lo mejor se debe a que me interesa más la experimentación que la experiencia. También prefiero el conocer que el conocimiento". (E. Ch.).

"Lucho con las cosas, más quizás que para conocerlas,
para saber por qué no las puedo conocer.
Es decir, para conocerme" (E. Ch.).


III.

Hacer lo que uno no sabe hacer, he ahí el reto. Lo que merece la pena.

"El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe" (E. Ch.).

"Lo hice mejor porque no lo conocía
e iba cargado de dudas y de asombro" (E. Ch.).

"Lo que sé hacer, es seguro que ya lo he hecho" (E. Ch.).

"Para la mayor parte de los hombres
saber hacer algo es una maravilla,
es el único medio de realizar obras ¿perfectas?
Sin embargo creo que a poetas y artistas
les nace muerto todo aquello que sabemos hacer" (E. Ch.).


IV.

Porque el arte, así, dibuja el mundo.

"En una línea el mundo se une
con una línea el mundo se divide
dibujar es hermoso y tremendo" (E. Ch.).

"Con nobleza como la mar, no con malicia,
esfuerzo constante sin aparente fin.
¿Para qué sus blancas y tremendas luchas?
Así el arte, que no es refugio, sino intemperie
no orienta.
Quizás desorienta hacia delante.
El presente: lugar activo.
¿Actividad sin dimensión?
Nada es previsible desde que empieza hasta que
termina.
Como en la vida, todo se integra después
(ese es el tiempo muerto del pasado)" (E. Ch.).

Imagen del Peine de los Vientos, de Chillida, por Sonia Delgado Cortés

31 de diciembre de 2009

Las doce irreparables campanadas

FIN DE AÑO

"Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos,
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge,
ni el cuplimiento de un proceso astronómico,
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
el río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil,
algo que no encontró lo que buscaba".

Jorge Luis Borges

20 de diciembre de 2009

Para que nos quieran...


Escribo para mí porque, si nadie me leyera, seguiría escribiendo. Porque, con el tiempo, lo que cuento ha comenzado a definirme; así que al final acabo pensando lo mismo que pongo en el papel en lugar de, más sensata, dedicarme a escribir lo que pienso. Escribo para mí porque, cuando eso sucede, escribir y pensar son ya la misma cosa.

Dice mi amigo Javier Díaz Gil que se empieza escribiendo a veces como terapia y como desahogo, por necesidad y porque a menudo "no hay más remedio". Porque, como me cuenta David Lerma, "la realidad que me rodea no acaba de gustarme, y en vez de beber en exceso, o de correr maratones, o de practicar el suicidio, pienso que inventando argumentos o personajes esa realidad va a quedar sepultada". "Se escribe porque ´la voz´ nos hace escribir", opina José María Herranz. Y se escribe siempre para algo, aunque ´sólo´ sea "para interpretar el mundo y para interpretarme a mí mismo frente al mundo", como me explica Javier.

Yo también interpreto el mundo cuando escribo. Me lo invento. Escribo, como dice ese poema bellísimo de Gonçalo María Tavares, "porque perdí el mapa". Y los temas son mis temas y los mundos son mis mundos y no logro salirme nunca de la inmediatez redonda de mi ombligo.

Escribo lo que me gustaría leer porque "soy mi primer lector"; coincido con Aureliano Cañadas. Pero también es cierto que escribiría distinto si supiese que nadie va a leerme nunca.

"Jamás se escribe para que te lean", me decía el otro día el poeta Fernando Soriano Bensusan, "escribes porque lo necesitas y necesitas que alguien te lea. Si nadie te lee no existes".

Así que, después de todo, no importa cuál sea el impulso o lo íntimo de esa la necesidad primera. Al fin y al cabo se escribe para el otro, para ofrecerse al otro, para presentarse al otro. Para -como declaraba Henri Michaux- "dar a conocer a una persona que, viéndome, nadie habría podido sospechar jamás que existiera".

A mí, viéndome, nadie diría que soy la poeta que encierro en mí. Y es que, con el tiempo, he llegado a comprender, no sin un cierto dolor, que soy mejor cuando escribo. El día que supe esto comprendí también el verso de Juan Gelman que dice "escribo ahora para que me quierás".

Sí, la mayoría de los poetas somos mejores cuando escribimos. Y escribimos, creo, para que nos quieran.


Imagen: títere de Marina Tapia Pérez para representar el poema "A un hombre sentado", de Ana Delgado Cortés

10 de diciembre de 2009

El síndrome de Zelig

Criticaba un amigo el otro día la enloquecida actividad artística de un Madrid en el que bares, cafés, centros culturales, bibliotecas, albergan día sí, día también, su grupito de poetas.

En medio de este universo -en expansión- de comunidades artísticas, me pregunto hasta qué punto esta convivencia impulsa al poeta concreto, individual, a permanecer fiel a su camino. Suponiendo, claro está, que se dirija realmente hacia algún sitio o -aún más suponer-  que de ir a alguna parte sepa hacia dónde se encamina...

El caso es que las tertulias, talleres, grupos, colectivos o agrupaciones más o menos estables de poetas se mueven en un doble filo y exigen, por lo tanto, un equilibio a menudo difícil entre el individualismo, inherente a toda manifestación artística, y la cooperación.

Asidua de grupos literarios desde mis tiempos en la Universidad, valoro en estos grupos justamente aquello mismo que rechazo: lo inevitable que resulta que el arte evolucione a partir del contacto con los otros.

Porque lo que ocurre es que el escritor en comunidad se ve, en primer lugar, motivado a la producción, urgido por la propia dinámica de un grupo que se nutre de la actividad de sus componentes. Multiplica su acceso a textos y lecturas y, lo que es más importante, relativiza su creación limando, en el mejor de los casos, aquello de su obra que es demasiado él mismo, aquello que, fruto de un excesivo apego a su individualidad, es más exhibición egocéntrica que arte.

Pero he ahí, precisamente, el principal peligro. Salir en exceso de uno mismo, impulsado por el gusto colectivo, puede acabar convirtiendo a estos poetas en "profesionales", en el sentido que Gombrowicz daba a este apelativo en su discurso Contra los poetas: "podemos definir al poeta profesional como un ser que no se puede expresar a sí mismo, porque tiene que expresar los versos".

Se me ocurre que los grupos pueden llegar a convertir a los artistas en una suerte de Zelig, el genial protagonista de la película de Woody Allen, que se modela y se inventa a sí mismo a partir del gusto o el interés de quien tiene enfrente. Porque el poeta se alimenta y retroalimenta de los suyos. Aunque también sea Gombrowicz quien advierte: "mi arte ha crecido no tanto en contacto con personas semejantes a mí, sino de la relación con el adversario".

Yo, en cambio, confieso que mi arte ha crecido en contacto con los poetas. No puedo escribir contra ellos ni dejar de encontrar utilidad en el intercambio que se produce con cada encuentro. Sin embargo, es ese ajuste a veces inevitable hacia el otro, ese gusto común que se construye o esa búsqueda de aceptación o (por qué no decirlo) de halago, lo que nos destruye como artistas.

Alerta, pues, ante el síndrome de Zelig, ante el compadreo y la creación indiferenciada que alimentan determinados círculos poéticos. No sea que de verdad tengamos que "parar la producción cultural" madrileña "para ver si lo que producimos tiene todavía alguna vinculación con nosotros". Gombrowicz, nuevamente.

14 de septiembre de 2009

El decaimiento de la voluntad



Recuerdo a Chantal Maillard exponiendo las diferencias entre el modo poético y el filosófico en una entrevista concedida a Babelia, en junio de 2007. "El modo poético es receptivo y el filosófico requiere indagación", decía la poeta. "La actitud en la filosofía es voluntariosa, mientras que la poesía requiere un decaimiento de la voluntad".

Personalmente, siempre me ha fascinado ese juego de entrega y dominio que se establece entre el poeta y su obra. El poema se impone de repente. Los más platónicos dirían que busca la mano que lo escriba. Y, sin embargo, la escritura también es, en muchos sentidos, una lucha por llevar las riendas de ese algo que tiende a desbocarse.

En mi caso, el trabajo, la corrección y la vuelta incesante a lo creado no es más que un ejercicio en el que el que voy borrando todo lo que no es, simple y llanamente, el poema. O, como diría Maillard, todo aquello que es mi "voluntad".

Porque los poetas, voluntariosos, a menudo queremos dirigirnos con el verso a alguna parte, usar esa palabra que nos gusta, decir en una estrofa aquello que pensamos... Se olvida, como cuenta Jorge Riechmann en su "Resistencia de Materiales" (Montesinos, 2006), que "cuando el poeta sabe más que el poema, este último no tiene mucho que decirnos".

Sí. El poema se impone, se da y precisa que se le reciba. Sobreviene en cierto modo como una revelación. No; no como una revelación, porque eso nos obligaría a depender únicamente de inspiraciones y otros trances... Viene más bien como un deslumbramiento en el que influye tanto la luz como una retina predispuesta a lo luminoso. Ante ambas, poco puede hacer el poeta. Doblegado ante su propia forma de mirar, ante lo incontestable de la realidad, tangible o no, que se le ofrece, se abandona; escribe.

13 de septiembre de 2009

El "pisto" poético

Leí hace tiempo, tanto que ya no recuerdo ni dónde, una entrevista a Pepe Hierro en la que un periodista reiteraba la eterna cuestión: ¿cuánto hay de sentimiento, de inspiración y de trabajo en un poema?

"Mire", venía a decir el poeta en su respuesta (cito de memoria), "el sentimiento es como quien va al mercado y se compra unos tomates y unos pimientos hermosísimos, y se enamora del color, de la forma y del olor de las hortalizas de tal modo, que no puede por menos que comprarlas y llevarlas a su casa".

"Pasan los días", continuaba Pepe Hierro, "y uno abre la nevera y ahí están esos tomates y esos pimientos, y decide que es momento de sacarlos y de hacer algo realmente apetitoso con ellos. Eso es la inspiración". Finalmente uno corta las verduras, las echa a la sartén con la cebolla, y las mima, las sofríe, las sazona. "Eso es el trabajo", apostillaba el poeta.

Curiosa gastronomía poética, pensé entonces. Aunque, lo confieso, me pregunto ahora cuánto de arrebato inspirado puede encerrar el trabajo que supone corregir de sal o añadir aceite... Pero eso quizás dé para otra entrada.

9 de septiembre de 2009

Materia y mirada

Veo en el metro cada día imágenes como la que hay sobre estas líneas. Como ésta en concreto, del fotógrafo Javier Sánchez Salcedo, o como cualquiera de las incluidas en su álbum MetroLand.

Sin embargo, nunca las he visto de este modo. Me refiero a que, para mí, viajera de las 8.20 a.m., los andenes no son líneas en fuga y la rodilla de mi compañera de vagón, que revisa sus apuntes, a duras penas suele ser el centro de un mundo en el que confluyen luces, trenes y estaciones.

Siempre me faltó ojo para estas cosas. Y quizás por eso tengo claro que la foto nunca está ahí fuera. La realidad (el bolso a cuadros, el tren parado, las líneas del andén...) no hace la imagen. Como tampoco creo que la vida haga necesariamente al arte ni el amor al verso.

En cierto modo, las imágenes de MetroLand me recuerdan que la foto está en el ojo del fotógrafo, igual que el poema habita en la retina del poeta. Y digo en su retina -y no en su corazón o en su lengua-, porque escribir poesía a menudo consiste en ver. En enfocar la realidad con una perspectiva determinada y alumbrarla con una luz que es el color del cristal con el que el poeta mira el mundo. A la unión de estas dos cosas, enfoque y luz, hay quienes prefieren denominar "voz propia".

Y así ocurre que el poeta, como buen fotógrafo, selecciona un fragmento del entorno inabarcable y lo congela en el tiempo. Éste convierte la imagen en fotografía; aquél, la realidad en materia poética.

Porque con el tiempo me convenzo de que el objeto poético no existe, y en vano hacemos poesía del paisaje motivador o de un estado de ánimo determinado creyendo, ingenuamente, que es la realidad (psíquica o tangible) lo que inspira al poema. Lo único que es esencialmente poético es la mirada del artista; sin ella no hay poesía. Es más, desde la humildad de un ojo que sólo consigue ser artista a ratos, sostengo que la poesía no es nada más que una forma de mirar.

“Lo que deslumbra hiere”, decía el poeta salmantino Aníbal Nuñez. La claridad rotunda con la que a veces se manifiestan las cosas es el mayor golpe para el ojo del poeta. También es su mayor don. La realidad, fija en su retina lo deslumbra y lo conmueve. Por eso escribe. Para eso escribe.

Para acceder a MetroLand, de Javier Sánchez Salcedo:
http://www.flickr.com/photos/mndigital/sets/72157600017481753/

31 de agosto de 2009

Vivir poéticamente

En diciembre de 2000, Félix de Azúa publicaba el siguiente artículo en El País:

"Esta mujer madura y suave que se prueba monturas de gafas, una verde, otra negra, otra dorada, y se mira al espejo de la óptica avanzando un pie de bailarina, con toda certeza ignora que está viviendo su vida poéticamente. Pero así es. Si en lugar de una vida poética llevara una vida científica y filosófica, de lo más probable es que no se probara ni una sola montura. O sólo una. Absorta en la gravedad de las verdades terribles, viviría refugiada en su casa y de vez en cuando leería a Pascal. Por fortuna, su vida es poética, y se probará cientos de gafas antes de decidir cuál de ellas es la que mejor conviene al sueño que tiene de sí misma. No te impacientes: déjala que escriba su poema.

"El verso de Hölderlin que viene a decir ´poéticamente habita el ser humano la tierra´ no debe aplicarse a los poetas que escriben versos ni a los filósofos que comentan esos versos, ni a los científicos que los analizan, sino a la gente común que quizás nunca ha leído un poema. El campesino que monta en el tractor de buena mañana para manifestarse y defender su lugar en la tierra, la anciana que mira las imágenes siniestras o admirables de la TV y las comenta en soledad con risas breves, la muchacha que compra lotería y consulta el horóscopo o el oficinista que cuelga una foto de su novia en el ordenador y la contempla arrobado; éstos viven poéticamente.

"Es imposible vivir la vida cotidiana sin segregar poesía como la araña el hilo que la sostiene en el aire. Y como ella tejemos nuestro poema, mediocre o grandioso, a lo largo de las horas: cuando al guisar añadimos laurel o fijamos las ocho en el despertador persuadidos de que estaremos vivos a la mañana siguiente, algo que el científico y el filósofo saben que es tan sólo una posiblidad. Y no siempre la mejor. Nos escribimos suspendidos sobre el vacío.

"El gran Giorgio Manganelli, otro de los inmensos olvidados, lo resumía ccomo una metáfora de cornucopia: ´los humanos redactan sus sueños mojándose, como plumillas de sí mismos, en el tintero de la noche´. En ese líquido negro que nos permite escribir el sueño de nuestra vida, brilla, enigmática, la luz del día, incluso en el corazón de las tinieblas".
 
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